El merengue de calle, gústele a quien le guste, es una realidad. Y está ahí. Puede ser todo lo imbailable que uno quiera, pero existe.
Su ritmo nervioso y frenético es resultado, seguramente, del ritmo de la vida actual, muy diferente al de los años 80; pero también del estrés y de las sustancias prohibidas que proliferan no solamente en los barrios.
El discurso cerrero, díscolo, agresivo y pendenciero, es la crónica que, desde adentro, hacen los voceros de esos estratos sociales que sobreviven en una pobreza creciente, sitiados por la maldición de las drogas.
El ritmo existe porque sencillamente, las nuevas generaciones no ven reflejadas sus realidades en el discurso rítmico ni lírico del merengue clásico, que en esencia sigue siendo el mismo de los 80 y los 90.
Es cierto que a los merengues de calle les falta melodía; es verdad que necesitan mejores arreglos; es real que ninguno sabe un carajo de música... pero la música les conoce a ellos, es decir, el hada madrina de los talentos les ha dejado caer algo cuando pasa a vuelo rasante sobre los callejones. Y las cosas han ido cambiando.
Como la gente ha confundido, con mucho interés por cierto, droga y narco con mambo, deducen que si uno defiende el merengue urbano es porque le pagan o algo hay detrás de eso. Gracias a Dios, nada que ver conmigo.
Como estoy limpio de prejuicios sociales o culturales, en su más amplio espectro, escribo que este tipo de música, ya reconocida al fin en los Casandra -que quizás no debería llamarse merengue, ni mucho menos mambo; a lo más 'meren-ton (por lo de usar instrumentos del merengue y la agresividad del reggaetón)- es un ritmo auténtico y muy dominicano, que no se puede encontrar en ninguna otra parte del mundo y que, no por gusto, ha llamado la atención de los más importantes productores de reggaetón y reggaetoneros como Daddy Yankee, Don Omar, Wisín y Yandel o Ivy Queen, por mencionar algunos.
Omega, la punta del 'iceberg', es un fenómeno que ha evolucionado hacia una imagen mejor perfilada, más limpia, y hacia un ritmo más degustable, con un poquito menos de velocidad, por lo tanto, más fácil de bailar. De hecho, ha llevado el ritmo hasta las listas de Billboard.
Otro valor de este ritmo es Kalimete, un artista emergente que desde Estados Unidos, donde vive otra realidad social, aunque con raíces comunes, puede ser la diferencia. Su propuesta musical, así como la de Silvio Mora, se diferencia en una mayor elaboración, en una mejor decantación, tanto de la lírica como de la melodía.
Un locote como Tito Swing le sigue los pasos en popularidad, no por gusto. Sus letras son picantes, sus arreglos más pasables que los de los demás y convierte en un espectáculo cada una de sus presentaciones.
No se puede dejar de mencionar en sus orígenes a Pochy Familia y claro que a Tulile, pero las propuestas de ambos, al menos para mí, son un poco más puente entre el merengue clásico y el más crudo merengue de calle.
¿Qué falta? ¡Escuela! Puede que el ritmo siga evolucionando y que su lírica mejore algo, pero no se le puede pedir peras al olmo. Los llamados 'mamberos' son voceros de una realidad que ellos viven a diario. Por tanto, el ritmo, gústele a quien le guste y pésele a quien le pese, seguirá existiendo mientras esa realidad no cambie... o surja otro ritmo más trepidante aún, más enloquecido y más pendenciero, que les haga olvidar a los habitantes de los barrios, los apagones, la falta de oportunidades y de educación, entre otros problemas sociales.
De Alfonso Quiñones
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